La reconfiguración de la muerte y el amor en “Cuando las sombras hablan” (1956) de Elvira Ordóñez Lorenzi

Porque morir es renacer,
porque vivir es apagarse siempre,
este súbito sueño detenido,
esta oración hecha palabra en mi alma.

Elvira Ordóñez en Cuando las sombras hablan (1956, p. 31)

Christian Bryan Cachay Luna
christian.cachay@unmsm.edu.pe
UNIVERSIDAD NACIONAL MAYOR DE SAN MARCOS

La formación del campo literario en el Perú se dio de forma progresiva durante la primera mitad del siglo XX. El proceso comenzó con el estudio y sistematización de una tradición o varias, lo cual fue posible a través de las historias literarias que escribieron José de la Riva Agüero, Luis Alberto Sánchez y José Carlos Mariátegui, solo por mencionar los nombres más resaltantes. Luego, durante las primeras décadas del siglo se hizo evidente la importancia de las revistas como redes de contacto y colaboración entre autores modernistas o de vanguardia.

          Aunque a primera vista la presencia femenina parece reducida durante la época, fue notable la labor de Zoila Aurora Cáceres, Angélica Palma, Dora Mayer, Magda Portal y Maria Wiesse, por mencionar autoras que han obtenido el reconocimiento que merecen. Durante los años cincuenta la participación femenina aumentó considerablemente, de ahí que podamos encontrar un vasto número de autoras con una calidad notable: Cecilia Bustamante, Julia Ferrer, Sarina Helfgott, Yolanda Westphalen, entre otras autoras que, a través de una voz propia, nutrieron la tradición poética peruana.

Cuando Elvira Ordóñez publica Cuando las sombras hablan (Buenos Aires, 1956) ya existían precedentes de autores peruanos que publicaban en el extranjero, como Alberto Hidalgo, quien radicó durante décadas en Argentina, o Rosa Arciniega con su larga carrera como escritora en España. Lo que sucedía en estos casos era que la mayor parte de la crítica peruana ignoraba las publicaciones en el extranjero. Estuardo Núñez (1960), por ejemplo, reconoce la poesía de Ordóñez solo desde su segundo poemario, La palabra y su fuego (Lima, La Rama Florida, 1960).

En cambio, el crítico que más atención le prestó a la obra de Ordóñez fue Augusto Tamayo Vargas (1987; 1995). Algo en lo que concuerda la crítica es que Elvira Ordóñez se ubica en la poesía de los años 50. Cabe especificar que en este periodo existen varias corrientes y a Ordóñez se la puede incluir en la corriente simbolista, misma a la que se adhieren las obras de Jorge Eduardo Eielson, Javier Sologuren, Blanca Varela, entre otros. A diferencia de ellos, sin embargo, Ordóñez no recibió la atención de la crítica y menos de las antologías más conocidas.

El colofón de Cuando las sombras hablan señala que se terminó de imprimir el 30 de agosto de 1956 y está dedicado a su madre. Además, que la dedicatoria señale “Estas voces”, en referencia a los poemas, se relaciona con el título del poemario, que nos sitúa en la percepción de que las “sombras” serán quienes tomen la palabra. Es significante este hecho porque convencionalmente entendemos a la sombra como parte de nuestra humanidad, como lo son el reflejo y la muerte. La pérdida de alguna de estas características será símbolo de alienación.

Adicional a lo anterior, la importancia de dar voz a la oscuridad está en que significa oír lo que nunca se ha dicho antes: lo profundo que escondemos en nosotros. En los poemas de Ordóñez, lo inédito está representado en imágenes poco comunes y contradicciones complementarias: “Aquí estamos Señor:/ ante la luz y ante la sombra siempre,/ ante nuestro dolor,…” (p. 18). Estas escenas parecen esclarecer la realidad del humano ante Dios, pues para el primero existe un limbo entre ambos lados que coexisten por necesidad.

El poemario Cuando las sombras hablan contiene veintisiete poemas divididos en tres secciones. La primera no tiene nombre y es la que alberga los poemas con mayor tono trágico y heterodoxo. Entre estos textos resaltan “Hay horas increíbles”, “Por los recuerdos” y “A veces voy muy lejos”. La segunda parte recibe el nombre “Ante el amor” y reúne poemas de carácter romántico, pero con matices importantes. Por ejemplo, en “Por el otro camino” y “Estás disperso” la soledad de la voz poética se convierte en motor de ese amor. Finalmente, en “Resurrección”, la tercera parte del libro, asistimos a la superación de los anteriores temas a través de la naturaleza en tres poemas: “Un follaje de risas”, “Nazco para ti” y “Sin luz ni sombra”.

En síntesis, podemos reconocer en el primer poemario de Elvira Ordóñez varios rasgos de su posterior poesía, como la experimentación con las imágenes, el ritmo y el lenguaje mismo. Además, el tono trágico de su poesía es una constante que mantiene a lo largo de sus poemarios. Eso no significa que el fin de estos sean trágicos, pues, como sucede en Cuando las sombras hablan, la superación es posible, siempre y cuando todavía se mantenga la esperanza.

Bibliografía:

Núñez, Estuardo (1960). Poesía peruana 1960 (Antología). Letras (Lima), 26(65), 141-190. https://doi.org/10.30920/letras.26.65.6

Ordóñez, Elvira (1956). Cuando las sombras hablan. Buenos Aires.

Tamayo Vargas, Augusto (1993). Literatura Peruana. Tomo III. Lima. Peisa.

Tamayo Vargas, Augusto (1987). La Cultura Peruana. Boletín de la Academia Peruana de la Lengua, 22(22), 71-106. Recuperado a partir de https://revistas.apl.org.pe/index.php/boletinapl/article/view/493

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