Este 22 de mayo se cumplieron 128 años del nacimiento del escritor, periodista y filósofo Antenor Orrego. Miembro del Grupo Norte o la Bohemia de Trujillo, este autor es recordado además por su importante prólogo a la primera edición de Trilce (1922) de César Vallejo, en la que despliega observaciones que serán retomadas por gran parte de la crítica del poemario vanguardista. En esta ocasión, rescatamos su prosa breve, aforismos y reflexiones que realiza, sobre todo, acerca de la condición literaria.
Literatura
La literatura, en el más lato sentido de la expresión: es el falso arte, el arte de imitación y de segunda mano. Las estéticas, al degradarse, al despojarse de la musical vibración espiritual que las engendró y las hizo posibles en la obra de un creador, se convierten en huera literatura. La música, la pintura, la escultura, la poesía, caminos diversos por los cuales el espíritu humano expresa el Universo, al rebajarse, se hacen literarias. Ya no traducen el estupendo milagro de la vida y de la naturaleza directamente, sino que hacen una mezquina versión, a través de infolios, de bibliotecas y de museos. A esto se reduce el arte o la creación estética en las épocas de mayor decadencia espiritual o mental: se tornan eruditas.
Cuando el arte no sirve para exaltar la vida y mostrar las omnímodas posibilidades y poderes del hombre; cuando no es sino el pleonasmo de lo que las generaciones pasadas pensaron o sintieron; cuando no amplía y enriquece la conciencia humana con una nueva traducción o interpretación del Universo; cuando sus pupilas están desprovistas de la suficiente potencia creadora para renovar la realidad visible e invisible del mundo, se hace frío, académico, mezquino, tímido, falso y retórico. En una palabra, se hace literatura.
De Notas Marginales (Aforísticas) (1922)
Autoridad, Moralidad y Justicia
—A menudo en la historia se ha condenado al orden nuevo en nombre del desorden antiguo que ha usurpado su nombre.
—El hambre y la necesidad de justicia no entienden el llamado “principio de autoridad”.
—Querido gobernante, ¿no ves que hierven las entrañas del pueblo?
—Con frecuencia la moral condena la Moral.
—¿Será posible que avance tanto la ley que llegue a confundirse en su vibrátil elasticidad con la Ética? He aquí la esperanza de los oprimidos y de los mejores.
—Reprime, gobernante, reprime la justicia. Así encorajinas a tu pueblo contra ti y le redimes.
—Nada asume mayor grandeza moral que la venganza colectiva contra la injusticia organizada por la rutina del tiempo.
—La Autoridad, la Ley y la Moral alcahuetean muy a menudo a la Arbitrariedad.
—¿Cuándo los gobernantes se estimarán tanto a sí propios como hombres para no ejercer este celestinaje?
De El Monólogo Eterno (Aforística) (1929)
Contradicción y Armonía
—Sé que en lo que he dicho hay o parece haber innumerables contradicciones. Si no fuera sincero buscaría una puerta de escape para conciliarlas. Pero, no. Sé con certidumbre que mi espíritu es unidad y prefiero esperar a que él mismo, sin violencia, algún día encuentre y exprese su armonía vital dentro de sus contradicciones aparentes.
—Todos somos unidad. Nuestras contradicciones no son sino el resultado de nuestra limitación verbal o expresiva que corrompe la fuente original de la armonía.
—La unidad es multiplicidad. Cuando comprendas esto, no ya como mera experiencia sensorial o como simple acrobacia racionalista, sino como intuición iluminada de las fuerzas esenciales del mundo, habrás comprendido una parte del secreto de Dios.
De El Monólogo Eterno (Aforística) (1929)
Palabra y Espíritu
—Rompe la densidad de la palabra; desnaturaliza la voz que sale de tu boca para que tu pensamiento llegue siempre vivo al corazón del hombre.
—Date tal maña para que lo que dices nunca pueda literalizarse. La letra ha sido, en todo tiempo, la enemiga del espíritu porque, de ordinario, va cargada de gravitación material.
—La función del escritor es volatilizar la palabra sin que ella pierda su virtual concisión expresiva—. Cárgala de pasión y de grito, cárgala de amor y de justicia. —Hazla deflagrante y magnética para que nadie pueda prostituir el ánima encendida que lleva en su entraña.
—No hay procedimientos técnicos para renovar y vigorizar la expresión—. Tu palabra ha de salir de tu pecho, palpitante de frescura porque ha estado sumersa en la fragua y en la aurora de tu fe. —Ha de vitalizarse primero en tu corazón antes de articularse—. Desdeña esa labor de taraceo o de carpintería literaria con que suele falsificarse la originalidad de la expresión; desdeña, sobre todo, al estilista profesional que se ocupa en hacer mezquina alfarería verbal—. La palabra del estilista es saco vacío que no contiene nada. —No olvides que tu expresión es simple vehículo de tu espíritu.
—Apodérate, eso sí, del lenguaje; enseñoréate de sus recursos y de sus secretos para que hagas de él un instrumento maleable y flexible a todos los matices de tu pensamiento—. Perfecciona, enriquece, depura, agiliza y embellece tu vehículo expresivo hasta donde alcance tu genio de artista, pero nunca juegues al esteta con la palabra, miniaturizando necedades, sino, al contrario, llénala, hasta los bordes, de pensamiento y de espíritu.
—Escritor que no respeta la santidad de la palabra es un alma espúrea—. La palabra es un tabernáculo a donde deben acercarse los oficiantes perfectamente puros y ardidos de fe amorosa.
—No solo se peca contra la palabra haciéndola vehículo de la mentira o de la injusticia, sino también, haciéndola vana, superflua y vacía; extraviándola y arrancándola de sus fines vitales.
—Hay un signo que revela degeneración y decadencia de los pueblos y de las razas: la incontinencia verbal.
—La raza que ha perdido el respeto a la santidad de la palabra ha perdido también la práctica y la fe de los supremos valores vitales—. Se truecan los hombres en habladores superficiales. —Ciencia, Arte, Pensamiento, Ética, Religión, Historia se convierten en simples verbalizaciones estériles—. La palabra, entonces, es un monstruo que lo devora todo.
—Hay la virtud de la palabra; pero hay también el peligro de la palabra—. Llega a la una como puedas; pero sálvate también, como puedas, del otro.
—No hay antro ni sumidero más pavorosos que aquellos a que nos conduce el mal ejercicio de la palabra.
De El Monólogo Eterno (Aforística) (1929)
Referencia bibliográfica
Orrego, A. (2011). Obras completas de Antenor Orrego (Tomo I). Lima: Pachacútec.