Pájaros, por Sebastián Salazar Bondy

Autor prolífico de cuentos, poemas y ensayos de literatura, cultura y arte, Sebastián Salazar Bondy persiste en el imaginario literario peruano por su constante caracterización de la particular sociedad limeña. A 95 años del nacimiento del autor de Lima la horrible (1964), presentamos un cuento en el que la ciudad vuelve a ser un participante activo de sus ficciones pero que, sobre todo, logra enfatizar el carácter fugaz de los habitantes de esta urbe.

Pájaros

Sebastián Salazar Bondy

Nosotras somos como pájaros. En un momento dado, movidas por sabe Dios qué instinto, abandonamos una calle y nos vamos a otra, porque de pronto se nos ocurre que en la que frecuentamos se han acabado las seguridades Claro que en este oficio hablar de seguridad es ridículo. Cuando estaba donde Gladys todo era distinto. A una hora fija comenzaba el trabajo, igual que en una oficina. Allá dentro estábamos como en nuestra casa, en familia. Después las cosas cambiaron. Vine a parar aquí, a la calle, no sé bien por qué, aunque recuerdo haberlo hecho por interés, por ganar más dinero y ser independiente. Pero no conocía, en ese entonces, los riesgos del oficio, especialmente esta mudanza de un sitio a otro, así, en montón, burlando a la Policía que, en cuanto comienza a notar nuestra presencia, nos acosa sin piedad. Por eso digo que somos como pájaros. Recuerdo una lámina de un libro del colegio que mostraba una bandada de golondrinas rumbo al norte, en busca de la primavera, según decía la señorita. El cielo era azul y en él se recortaban los pájaros como unas finas enes de rasgos curvos y gráciles. En muchas ocasiones he evocado el grabado y me hubiera gustado retener también en la memoria el texto que explicaba la figura. Alguna vez he entrado a una librería del centro en pos de ese libros de lectura, pero por desgracia parece que los libreros no conocen los libros por sus grabados sino por otras peculiaridades que yo ignoro. La imagen de las golondrinas (¿eran golondrinas?, me preguntó) me asalta cuando Beba o Carmela me dicen intempestivamente: «Julia, esta noche iremos a Wilson». No añaden una palabra más. Ya sé que emigramos porque la calle donde hasta el día anterior trabajamos ofrece peligros. Y yo ya estuve presa. No es la cárcel precisamente lo que me preocupa, sino la comisaría, los papeles, las preguntas y ese terrible viaje en el patrullero, junto a los policías que sonríen con una familiaridad realmente oscura., como si fueran cómplices nuestros o, acaso, nuestros protectores. acepto volar -ese es justamente el verbo que utilizamos- hacia otra calle. Nos sentamos en una banca púbica o caminamos en pareja, a veces tomadas del brazo. Hasta que alguien nos sigue y nos piropea. Es cuando hemos conseguido un cliente, sí, un cliente, porque to prefiero denominar así a los hombres, y no «mansos» o «puntos» como dicen las otras. El trato es breve. Ellos nos cortejan finamente, pero cambiadas las primeras palabras se dan cuenta con qué clase de gente se han topado. Y viene la cuestión del dinero y el lugar. Regatean un poco, hacen aspavientos, bromean. Cuando eso está arreglado nos separamos. Beba o Carmela por un lado, con el suyo, y yo por otro, con el mío. Luego volvemos a reunirnos y reiniciamos el paseo. Esto sucede en el mismo barrio durante una, dos o tres semanas. Los primeros días los policías no nos miran, pero al cabo de un tiempo ya nos siguen impertinentes los pasos. Después nos hacen una advertencia, unas veces amables y otras, violentos. Eso depende de la edad del guardia, de su humor y, quizá, de la temperatura del ambiente o de su vida familiar. Hasta que Beba o Carmela -pues son ellas las que tienen ese instinto agudizado- dicen que hay que trasladarse a la Colmena o a la plaza San Martín. Yo ya sé que la amenaza se cierne sobre nosotras. De nuevo a cambiar de calle, de banca, de café. Porque lo peor es que no son los hombres (cada día, es cierto, más extraños y exigentes), sino esta inestabilidad, este ir y venir, este emigrar continuo, lo que desespera. Y así se acaba la vida. Se va gastando mientras vamos de un lugar a otro, de aquí a allá, como los pájaros de mi lámina que un día desaparecen porque un ciclón los envuelve en su torbellino y los abate para siempre. Nosotras somos como pájaros, sí, como pájaros…

[Salazar Bondy, Sebastián (2015). Pájaros. En Un ser de cristal y sueño. Antología. Lima: Loqueleo]

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