La mirada del otro es la mirada de todos. Una lectura de El cuerpo mirado de Richard Leonardo, por Jack Martínez Arias

 

El cuerpo mirado. La narrativa afroperuana en el siglo XX. Richard Leonardo. USIL Fondo Editorial, 2016

Cuerpo Mirado

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Son tiempos de fútbol y varios sujetos pintados de negro, labios descomunales y lenguaje torpe aparecen frecuentemente en la televisión imitando a los jugadores de la selección peruana. La reproducción de estereotipos, la caricatura, la exageración, todo eso junto, y más, son empleados sin ninguna vergüenza para representar (y, con ello, ridiculizar) al sujeto afroperuano. Esto, desde luego, no es nuevo, sino todo lo contrario. Al borde del bicentenario de nuestra república, el afrodescendiente sigue siendo retratado como un ser animalizado, descerebrado, cuyas únicas virtudes están relacionadas con la fortaleza física, el cuerpo y sus placeres. Por ello cobra mayor relevancia la pregunta que se plantea el crítico Richard Leonardo en su más reciente publicación: “¿Por qué, en la contribución de lo negro a la cultura nacional, se enfatiza lo relacionado con el baile, el deporte o la culinaria?” (2016: 30).

En El cuerpo mirado. La narrativa afroperuana en el siglo XX, se analiza cómo se ha venido representando al sujeto afroperuano a través de la literatura. Y, como he anticipado en el párrafo previo, las conclusiones del libro no son alentadoras: poco o nada ha cambiado desde las lamentables representaciones practicadas en la época colonial. Por eso, Richard Leonardo se apoya en las teorías poscoloniales para trazar la continuidad de un pensamiento que segrega y jerarquiza la sociedad, señalando la supuesta inferioridad de todo aquel sujeto que no sea hombre-blanco-heterosexual. Ese pensamiento sobrevive, según leemos en la investigación, incluso en los libros que intentan reivindicar lo afroperuano. E incluso en los autores afroperuanos que han sufrido los prejuicios ignorantes del racismo. Los casos de estudio son tres: Matalaché (1928) de López Albújar, Monólogo desde las tinieblas (1975) de Gálvez Ronceros y Malambo (2001) de Lucía Charún-Illescas.

 

 

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El pasado 31 de mayo, Morgan Radford, reportera afroamericana de NBC News, entrevistó a Arthur Jones, político racista y nacionalista, actual candidato al congreso estadounidense por Chicago. Radford, en medio de la entrevista, pregunta:

–¿Cree que las personas negras son genéticamente inferiores?

–El promedio del coeficiente intelectual de una persona negra está aproximadamente 20 puntos por debajo del coeficiente intelectual de una persona blanca, ¿ok?

–Yo fui a Harvard.

–Bueno. Tienes sangre blanca en ti.

–Algo de sangre blanca. Pero soy afroamericana.

–Bueno, es de allí desde donde viene tu inteligencia, creo yo.

–¿Cree que viene de mi lado blanco?

–Eso creo.[1]

Si el sujeto afrodescendiente es inteligente, es porque hay sangre blanca en alguno de sus antepasados. Ese modo de pensamiento que, como acabamos de ver, persiste hasta hoy -y no solo en nuestro país- es el mismo que encontramos en la novela Matalaché, escrita hace noventa años. Bajo la influencia de teorías positivistas y darwinistas, López Albújar publica esta historia en la que la hija del patrón blanco se relaciona sexualmente con el esclavo mulato José Manuel. Como José Manuel tiene algo de sangre europea, Richard Leonardo sostiene que el narrador establece diferencias entre aquel y los demás esclavos, los “negros puros”. Mientras que a los otros esclavos se les retrata meramente como seres irracionales, a José Manuel se le otorga capacidad de razonar y argumentar. Con esa capacidad, José Manuel no duda en reclamarle claramente a su patrón cuando este lo condena a muerte por haberse involucrado con su hija, planteando argumentos sólidos contra la injusticia que se está cometiendo. Lo importante en esta dinámica es que, a pesar de la diferenciación marcada con respecto a los demás esclavos, donde José Miguel se configura como superior, este mismo mulato es tratado como un ser inferior cuando se posiciona frente al patrón. Por eso, el ensayo no duda en señalar el fracaso que representa el desenlace: si el mulato es condenado a muerte y despreciado por el patrón blanco, no hay conciliación ni nada que se le parezca.  “Matalaché, lejos de reivindicar al afrodescendiente y su cultura, lo que hace es reproducir las estrategias y los contenidos que sirvieron para subalternizar a este personaje social y étnico racial”. Con ese argumento, el autor sostiene que no hay reivindicación, solo revalidación de los estereotipos relacionados al sujeto afroperuano. Y esta fórmula funciona tanto para Matalaché como para los otros dos casos de estudio. Así, en el no menos famoso libro de cuentos Monólogo desde las tinieblas, de Antonio Gálvez Ronceros, distingue estrategias de “exotización y espectacularización del cuerpo afrodescendiente” (79). Pese a que la crítica ha elogiado el acercamiento de estos cuentos a las costumbres y formas de habla afroperuana, Richard Leonardo propone, con claros ejemplos, que los cuentos también pueden leerse desde otra perspectiva. A través de citas textuales, distingue los múltiples fragmentos en los que los sujetos afroperuanos aparecen hipersexualizados, “como si estuvieran constantemente urgidos por un apremio sexual” (95). Esto también es notorio en los dibujos que aparecen en el libro. La manera en la que los personajes son caricaturizados es muy cercana a la forma de las imitaciones de la televisión contemporánea de las que hablé al principio.

“¿De qué manera dicha maquinaria produce el rostro del individuo afrodescendiente? Pues, lo define a partir del exceso y el desborde”. (125). El sujeto afrodescendiente, entonces, es puro cuerpo y deseo desbordado en todas estas representaciones. Y el tercer caso de estudio termina por reafirmar los estereotipos. Esta última sección se encuentra dedicada a Malambo, novela de Lucía Charún-Illescas. Ambientada en épocas de esclavitud, en ella se configuran tres grupos étnicos: los colonizadores, los esclavos y los indígenas. Los primeros son corruptos y opresores, los segundos son solidarios y socializan de forma armoniosa con los terceros. Además, uno de los esclavos es dotado de inteligencia, tal como el investigador lo resalta: “Tomasón Ballumbrosio es un artista y un escriba excepcional” (144). Sin embargo, a pesar de ello, el crítico prefiere centrarse en las evidencias de la novela que afirman el estereotipo, no en aquellas que lo contradicen, ya que la novela “no está del todo exenta de apelar al archivo colonialista” (148). Así, se enfoca en el análisis de la esclava Altagracia Maravillas, quien mantiene relaciones sexuales con su amo, queda embarazada y luego es dejada de lado por éste. Es claro que el valor de este personaje está en función del provecho que el patrón pueda sacar de su cuerpo. La mujer esclava, entonces, está, otra vez, hipersexualizada.

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Como todos los libros críticos valiosos, éste no solo produce preguntas sugerentes, sino también algunas discrepancias. Richard Leonardo, ya lo dije, se enfoca en los momentos en los que el sujeto afroperuano es retratado con los mismos ojos que en la colonia: capacidad física y sexual, incapacidad intelectual. Y, por supuesto, encuentra claros ejemplos de ello. Creo que vale la pena, sin embargo, tomar en cuenta también los otros momentos, aquellos en los que pueden aparecer ciertos discursos subversivos. Momentos pasajeros, es cierto, pero contestatarios al fin y al cabo. Por ejemplo, cuando Matalaché está condenado a muerte elabora un argumento en el que es el patrón el que termina apareciendo como el salvaje e inhumano frente a los ojos del lector. O para hablar del cuerpo femenino, en Malambo, Altagracia Maravillas se envuelve con el patrón y antes de quedar embarazada goza de un espacio de tiempo de dominio: “Es ella quien tiene el poder y lo ejerce sobre su amo Manuel de la Piedra” (153). Entiendo que Leonardo argumente que al final Matalaché muere y Altagracia es dejada de lado (y, por lo tanto, todo espacio de reivindicación fracasa). Pero, desde mi perspectiva, esos pequeños momentos de dominación sobre el otro, esos instantes fugaces en los que el subalterno deja de serlo, son dignos de apreciación, ya que el fracaso final, más que al propósito del narrador, también puede deberse, tranquilamente, a las exigencias del género melodramático de estos libros.

Por otro lado, frente a textos que recurren a enfoques poscoloniales desarrollados en otros países y sociedades, siempre es pertinente preguntarse cuál es la especificidad del caso peruano. Es decir, es cierto que los teóricos poscoloniales citados en este estudio definen claramente la posición del sujeto afrodescendiente de otras latitudes frente a la élite dominante, así como también profundizan en los orígenes y los motivos coloniales de sus respectivas sociedades para dotar al sujeto afrodescendiente de los estereotipos ya mencionados. Pero aún, la pregunta que flota es la siguiente: ¿Es el caso peruano exactamente igual al del resto de países con herencia colonial y experiencias esclavistas? Si la respuesta es negativa, entonces, ¿cuál es su especificidad? ¿Qué diferencias se pueden establecer entre la representación cultural de los afrodescendientes en el Perú y los afrodescendientes en otras latitudes? Más arriba cité las palabras de un candidato norteamericano, palabras que repetían un pensamiento similar al denunciado por la investigación. Eso señala claramente las similitudes y coincidencias con el discurso racista que sobrevive también en occidente. Pero, otra vez, además de los parecidos, ¿hay diferencias con respecto al caso peruano? Tal vez (y aquí estoy aventurando una hipótesis) la respuesta esté en el análisis no solo de las relaciones entre dominantes y dominados, entre élite blanca y sujetos afrodescendientes, sino en la exploración de las relaciones entre grupos afrodescendientes y otros grupos subalternos peruanos, como el de indígenas, por ejemplo. Tal vez valga la pena dejar por un momento la exploración vertical y dual (blanco-negro) y prestar atención a un ámbito más estructural. No una visión del sujeto subalterno frente al dominante solamente, sino frente a su contexto en general. Por supuesto, sé que ese no fue el propósito del libro ni pretendo decir que ese era el camino que debió tomar. Nada de eso. Lo único que señalo es, simplemente, las ideas que el exhaustivo análisis de este crítico me ha provocado.

Finalmente, si menciono la posibilidad de explorar también en otras relaciones de poder más allá de las verticales, es porque aunque los estereotipos coloniales con respecto al sujeto afroperuano sobreviven, también debemos tomar en cuenta que estos ya no solo son ejecutados o practicados desde arriba hacia abajo. Ya no es solo la élite blanca la que se encarga de reproducir estos discursos discriminatorios. El cuerpo mirado también nos permite dar luces sobre esto, ya que los autores que estudia, López Albújar, Gálvez Ronceros, Charún-Illescas son afroperuanos. Afroperuanos reproduciendo estereotipos sobre lo afroperuano. Richard Leonardo puntualiza que esto sucede porque el discurso colonial está interiorizado, en mayor o menor medida, en toda la sociedad. Reconocer eso es clave. Es fundamental. Y a eso me refiero cuando hablo de algo estructural. El ensayo no desarrolla este aspecto a profundidad (no tiene por qué hacerlo, ese no es su objetivo). Pero señalo ese aspecto porque reconocer que el racismo es estructural nos permitirá dar un paso más en el análisis de los discursos literarios y culturales. Nos permitirá romper la dicotomía blanco-negro. La idea de que hay un grupo de poder orquestando un discurso para subalternizar al resto. No, los grupos de poder ya no tienen por qué hacerlo ya que somos nosotros mismos, todos, los que seguimos reproduciendo aquellos estereotipos. Los grupos de poder se siguen beneficiando y fortaleciendo con ese discurso, claro, pero ya no son los únicos que lo provocan. Como la idea capitalista, el racismo ya se ha convertido en una maquinaria compleja, impulsada por la sociedad en su conjunto, consciente o inconscientemente. La clave está, entonces, en distinguir al problema tal y como está planteado: como una estructura compleja. No perdamos esto de vista al acercarnos a las producciones culturales de nuestro tiempo.

Jack Martínez Arias
Hamilton College

Notas:     

[1] La traducción del diálogo es mía. Se puede ver la entrevista completa en este link: http://thehill.com/blogs/blog-briefing-room/news/390291-more-white-nationalists-are-running-for-office-than-ever-before

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