Heredero de la escuela surrealista, contemporáneo de Emilio Adolfo Westphalen, Martín Adán y Alberto Tauro, diplomático de profesión y poeta peruano, Vicente Azar es un autor que ha sido muy pocas veces visitado en nuestra tradición literaria. José Alvarado Sánchez, su verdadero nombre, publicó Nueva canción de otoño (1939) y Arte de olvidar (1942). Este último libro fue rescatado en la Antología general de la poesía peruana (1957) de Sebastián Salazar Bondy y Alejandro Romualdo, donde lo indican como “uno de los más finos y desconocidos poetas puristas”. El autor ha sido elogiado por Vicente Gerbasi en la Revista Iberoamericana por su último libro. Fallece en 2004. Compartimos una selección de su texto en prosa poética “Hypnia”.
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A la hora en que el dios hostil desvanece las miradas más hondas, las noches y los días dejan de trepar a las esferas oscurecidas y el cordaje del ansia afloja su tensión, la vida está al fondo del odio, al alado dela mor, en el frío, en el desvelo, en el destino. No es fácil llegar a la ciudad sagrada. Algo se entrevé, sin embargo. Sin embargo, el libro cae de las rodillas, el ave vuela torvamente y su paisaje pronto, se hace nocturno, lejano. Animal de madera penetrado del ansia, el corazón, leve, evidente, recién vive. Se alza el calor, la estación solar desnuda a la amplia luz sus torsos ardientes. En el largo y turbador beso cálido, Hypnia del mediodía reúne la flor de las princesas, el antiguo canto del cisne y la voz desconocida de la niña que huye siempre en el sueño hacia sus puertas blancas, herméticas de rabia.
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Y al describir el día temíamos olvidar el único humo azul que, descubierto en su lontana levedad pesistente, ponía en nuestros ojos, transferido, trascendiendo extrañamente todo su olor mental, hasta ser visión, atisbo, asombro y éxtasis, el peculiar olor del viaje. Mezcla inhumana, azul temblor, prisa, pasión, odio, dulzura, nos vamos sin decir adiós, pensando amar, componer el olvido, mirar fuera del mundo, mirar fuera del sueño. La descripción de un día así, azul, informe, en el que nada más transcurre, sino en el que Elaine pasa sonriendo con su violenta quemazón de coloradas rosas apenas mitigadas por las frescas violetas del Sur y por sus cordiales claveles, es todo encontrado por su dibujo misterioso de mujer recordada cuyo alborozo pintado apresuradamente por el amnésico no tiene sitio en la memoria. Todo es sombra, perfil, paisaje. Y nada ella, ciertamente, perdida su anécdota y su notación. Todo es únicamente Elaine que pasa con sus rosas. Pero no olvidemos el humo azul que oscurece alejándose porque él es en este día el transferido milagro visual que nos conmueve desde una comarca velada de la infancia con su extraño fulgor doloroso y alegre, cuya huella ha desaparecido bajo los ojos que palpitan también, con un asombro agrio y secreto.