Diálogo desde la memoria. A propósito de La sangre de la aurora, por Magdalena Suarez

Diálogo desde la memoria. A propósito de La sangre de la aurora

El pasado martes 14 de agosto, la Casa de la Literatura Peruana presentó «Novela, género y memoria: diálogo con Claudia Salazar».  La actividad incluyó la charla de la autora con Lenin Lozano, investigador de la Universidad de Wisconsin-Madison. Esta, además, es la segunda de un ciclo que busca crear espacios de discusión entre los escritores peruanos y sus obras. La Red Literaria Peruana, por supuesto, estuvo presente a través de quien suscribe este texto. A continuación, detallaré los ejes temáticos de la conversación y ofreceré algunas observaciones personales a fin de establecer un panorama crítico del evento.

Claudia Salazar y Lenin Lozano
Claudia Salazar y Lenin Lozano en la Casa de la Literatura Peruana

«Era un texto que pedía ser novela»: Los alcances de la novela y su uso en narrativas de violencia

Desde los primeros minutos, se advirtió que el auditorio reunió  a numerosas personas interesadas en la laureada novela de la escritora peruana, con residencia en Nueva York, Claudia Salazar Jiménez. Poco después de la presentación de ambos panelistas, se planteó una de las primeras interrogantes  sobre la naturaleza de La sangre de la aurora: ¿Por qué la novela? Una pregunta bien pensada que puede estar relacionada a la duda de los lectores sobre la causa de la fragmentariedad del texto. Como sabemos, este nos muestra la historia de tres mujeres: Modesta, una campesina natural de Lucanamarca; Melanie, periodista limeña, de clase alta, muy relacionada con el círculo de poder que dirigía el país y Marcela, militante terrorista que ocupa un alto cargo dentro de la cúpula del grupo subversivo. Las tres mujeres no solo coinciden en la letra con la que empieza cada uno de sus nombres -M-, sino que son alcanzadas por una violencia que las perturba, inmoviliza, acosa y, finalmente, las fragmenta.  A través de capítulos breves se construye un tejido que entrelaza la vida de cada una de ellas.

La autora mencionó aquí lo que muchos ya sospechábamos: «El primer texto era un relato». Así, nos enteramos que el germen de la novela, nació en un curso que llevó con la escritora chilena y especialista en temas de memoria, Diamela Eltit. Era un texto de ocho páginas que pretendía retratar un escenario paralelo entre Perú y Nueva York donde ambos caminos giraran en torno al terrorismo. Bastantes conocidas son las escenas que marcaron el mundo aquel 11 de septiembre del 2001 en Estados Unidos después del atentado a las torres gemelas y, por otro lado, el periodo de violencia que azotó al Perú en los años ochenta. Sería en pleno proceso creativo que se daría cuenta que lo que estaba escribiendo era «un texto que estaba clamando por Perú». Poco a poco, la prosa de la narradora fue desgarrando el velo que cubría procesos y acontecimientos que afectaron nuestro país y lo tiñeron de sangre, violencia y terror durante dos décadas. De ese modo, el texto se situó geográficamente solo en nuestro territorio. Sin embargo, la novela conservó su forma fragmentaria, que, creemos, es una extensión de la constitución identitaria de sus personajes.

«Tenía claro que quería publicar con una editorial independiente»: Las demandas del mercado editorial y el canon literario

A propósito de la novela, Lenin Lozano abordó la demanda editorial como una institución que supone que, si un autor escribe cuentos, también debe escribir novelas. Situación que no necesariamente refleja la actividad creativa en el Perú. Además, un punto coincidente entre ambos panelistas fue que en la narrativa peruana existe un predominio de la estética realista. En el caso de la autora, este realismo, entendido como la tendencia de nuestros escritores nacionales por utilizar en sus ficciones elementos del acontecer social y cultural para sus novelas, entra en crisis con la escritura fragmentaria. En este punto, Lenin Lozano señaló que, para él, La sangre de la aurora «nos revela voces fragmentarias que representan identidades».

Para Claudia Salazar, la novela se ha construido, a lo largo de nuestra historia literaria, como una unidad que muestra a un personaje unívoco e indivisible. Su intención, aclara, fue desestabilizar esta unidad proponiendo no solo un personaje sino tres. De esta manera pretendía romper con la realidad mimética unidireccional de gran parte de la literatura peruana. Desde mi punto de vista, creo también que la existencia de las mujeres en La sangre de la aurora no cumplen roles decorativos sino que, al contrario, son representadas en una dimensión crítica que evidencia la heterogeneidad que caracteriza a cada una de ellas. Ciertamente,  este procedimiento discursivo alienta el desarrollo de una narrativa que invita a deconstruir los roles tradicionales de género y a  pensar que la violencia no solamente atraviesa los imaginarios de lo femenino o masculino, sino también a la  clase y etnia/raza.

«El archivo es necesario para estos estudios»: El testimonio y la producción discursiva

Una de los temas que se abordó también fue la utilización del archivo para la elaboración de La sangre de la aurora. En efecto, la escritora reveló que, tras un amplio periodo de investigación, tuvo acceso a los testimonios basado en los hechos de violencia sexual. A partir de esta experiencia, Salazar Jiménez pudo darse cuenta que existía una constante en las declaraciones que revisaba. Dicho de otra manera, todas parecían coincidir en señalar un patrón específico. Tanto el discurso de Sendero Luminoso como el de los militares, representantes del Estado peruano, parecía ser el mismo: «había un especie de retórica de la violación» [1]. Esta experiencia con el archivo del Conflicto armado interno la llevó a poner en papel una de las escenas más recordadas de la novela: el momento donde violan a las tres mujeres. En tres momentos separados, en tres lugares distintos y en tres niveles diégeticos diferentes la narración parece estar desarrollándose de la misma manera en un solo lugar porque el cuerpo femenino ha perdido un valor simbólico para convertirse así en “hueco, puro vacío para ser llenado” (La sangre de la aurora).

La relación entre sexualidad y poder también se revelan en estos testimonios encontrados gracias al trabajo de archivo. Claudia Salazar sugiere la idea que «el cuerpo de una mujer es el botín de guerra para humillar al enemigo». Y, ante tal comentario, es difícil no recordar el célebre cuento de Dante Castro “La guerra del Arcángel San Gabriel” [2], donde, efectivamente, la violación colectiva que hacen los sinchis a las mujeres de la comunidad deja a los hombres en un estado aletargado de orgullo herido.

«La representación literaria intenta capturar lo que sucede; pero el lenguaje falla porque prima lo abyecto»: la imposibilidad de narrar el trauma  

Acaso una de las preguntas más interesantes formuladas por Lenin Lozano es aquella que incidió en la propuesta fragmentaria del lenguaje en La sangre de la aurora. En efecto, muchos lectores nos vimos sorprendidos al leer una novela sobre la violencia política con una forma inusitada de emplear el lenguaje: palabras acumuladas una tras otra sin orden aparente, omisión voluntaria de signos puntuación, onomatopeyas estridentes, enunciaciones proferidas por diferentes personajes en una sola línea. Todo ello señalaba que estábamos ante un texto que experimentaba con (violencia) las posibilidades del lenguaje. Si se echa una mirada rápida a las ficciones de la violencia en el Perú, ¿cuántas pueden valorarse por su osadía con la materia verbal? Pocas, ciertamente. Por ello, Claudia Salazar declaró que, desde el principio, quiso desarrollar un tratamiento muy especial con la palabra. Para ella era muy importante este recurso, pues no solo significaba plantear una ruptura con la tradición mimético-realista de la narrativa peruana, sino que debía ser coherente con el contenido de su novela: si la violencia reducía los cuerpos a fragmentos, el lenguaje no podía permanecer estable. «No puedes escribir un texto digerible, si la violencia no lo fue», argumentó al respecto. Esto nos conduce, inevitablemente, a una de las interrogantes más arraigadas en los estudios sobre memoria: ¿puede el trauma ser representado?  Para (intentar) responder, creo útil una examinación prolija del lenguaje de esta y otras novelas similares. Quizá una de las conclusiones a las que se arribe sea que el lenguaje –verbal, pictórico, escénico, etc.- no puede aprehender el trauma en su totalidad, pues siempre hay un exceso que lo desborda, que se resiste a ser simbolizado. En ese sentido, la literatura –y el arte, en general- no hace sino aproximarse a ese núcleo inasible del trauma y la violencia [3].

Conclusiones: un balance

El conversatorio fue, a grandes rasgos, fructífero para los oyentes. Este resultado puede atribuirse a la conexión entre los interlocutores, a la sincera disposición de Claudia Salazar por dialogar, al espacio acogedor de la Casa de la Literatura o a la razonable duración del evento. Pero estoy convencida que hubo un factor incluso más importante: las facetas de Claudia como creadora, crítica literaria e investigadora sobre temas de memoria. Esta versatilidad permitió que la entrevistada pueda dar respuestas desde diversos puntos de vista, sin caer ni en la ortodoxia ni en la divagación. Cada comentario suyo iba acompañado de una reflexión que resultaba francamente enriquecedora. Lo interesante era que, precisamente, esa voluntad por mostrar sus diferentes perfiles daba pie a cuestionar a fondo las preguntas que se le planteaban y hasta sus propias respuestas. Así, quedaba demostrado que una de las principales herramientas que poseen las personas formadas en Literatura –sea en la creación o la crítica- es el cuestionamiento.

Por su parte, Lenin Lozano también probó ser un investigador muy acucioso sobre la obra de Claudia Salazar y los estudios de memoria histórica. En cuanto al método de conversación, advertí que seguía un procedimiento muy específico para formular preguntas: primero establecía un marco descriptivo para ubicarse en un tema en particular, luego relacionaba el tema con la novela de Claudia Salazar y finalmente articulaba una pregunta puntual. Solo por momentos se permitía desviarse del tema principal para abordar otros brevemente, y luego volver al que había dejado al inicio. Pero todo ello sirvió para explorar el máximo de temas dentro del tiempo que habían asignado al evento. Ahora, si habría de dar una sugerencia es que me hubiera gustado que polemice más con la entrevistada. Durante todas las etapas del diálogo, noté que Lenin Lozano coincidía plenamente con los comentarios de Claudia Salazar, sin permitirse plantear una perspectiva opuesta o, al menos, ligeramente diferente. Era usual escuchar frases como «Sí, efectivamente, Claudia» y «De acuerdo, Claudia, y respecto a…», entre otros. Desde luego, no intento criticar que su punto de vista sea semejante al de la escritora, pero creo con firmeza que los desacuerdos y discrepancias –al menos, los cuestionamientos- cuando se intercambian comentarios suelen producir mayores reflexiones (para fortuna de los asistentes). El riesgo que se corre cuando se le concede toda la razón a una persona entrevistada es que se reduzca las posibilidades del diálogo. Quizá una apreciación divergente hubiera creado un nuevo curso en la conversación. Esperamos que así sea en una próxima oportunidad.

Magdalena Suárez Pomar

Universidad Nacional Federico Villarreal / Red Literaria Peruana

Notas:
[1] Recomiendo revisar: Denegri, Francesca (2016). Cariño en tiempo de paz y guerra: lenguaje amoroso y violencia sexual en el Perú. En Alexandra Hibbett y Francesca Denegri (eds.), Dando cuenta: estudios sobre el testimonio de la violencia política en el Perú (1980-2000). Lima: Fondo Editorial PUCP.

[2] Recomiendo revisar: Castro, Dante (2006). “La guerra del arcángel San Gabriel”. En Gustavo Faverón (ed.) Toda la sangre. Antología de cuentos peruanos sobre la violencia política. Lima: Matalamanga Editores.

[3] Recomiendo revisar: LaCapra, Dominick (2008). Representar el holocausto: historia, teoría, trauma. Buenos Aires: Prometeo Libros Editorial.

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